Crack Family
Crack Family, religión de la calle
Es difícil saber qué es mito y qué es verdad en la historia de la banda de rap más famosa de Bogotá. Lo claro es que con su sonido hardcore y sus letras crudas, que cuentan la vida del pillo, el drogadicto y la olla, se convirtieron en un fenómeno de la ciudad, o más bien, de sus calles. La Crack llegó a ser lo que es y a andar, incluso, en limusinas por Europa, por su fidelidad con su origen en los barrios bajos de Bogotá.
En el punto de encuentro le escribo un mensaje a Cejaz para saber dónde está, cuando veo a tres policías alrededor de un carro rojo. Sabía que él andaba sin papeles. Se cayó la entrevista por segunda vez, pensé. La primera había sido el día anterior, cuando me quedé esperándolo en la Plaza España. Los tres policías hablaban con Cejaz. Money estaba tranquilo, recostado en el puesto del conductor. Atrás, un niño de cinco años. El primer policía salió con una libreta garabateada. Respiré aliviado. El mito detrás de la Crack Family se había vuelto prejuicio. Los agentes sólo les estaban pidiendo autógrafos.
Desde sus comienzos en los 90 ya mostraban su potencial para pegar duro en la escena musical. Como Fondo Blanco, fueron un grupo de culto. Los conocían en los barrios populares. Ahora, como Crack Family, son un fenómeno en toda la ciudad. Una religión, dicen ellos. Tanto que en un par de horas la entrevista fue interrumpida una y otra vez por seguidores que llegaban a pedirles fotos y firmas. Ellos los saludaban con sus puños como si fueran amigos de siempre. Y eso que estábamos al norte de la ciudad. En el sur son estrellas. En el centro, dice Money bromeando, “nos tiran hasta calzones”.
Por estos días, la Crack Family anda en boca de muchos porque, luego de que la intervención del Bronx desenterró las historias de esa plaza de drogas, salió una versión que los vincula con un supuesto jefe de un gancho. Ellos lo desmienten, clausuran el tema diciendo que no tienen nada que ver con ningún gancho ni con Homero. Les molesta que piensen que su reconocimiento lo alcanzaron porque los impulsó el crimen. “Publicidad gratis”, les dicen algunos amigos, pero a ellos ese argumento no los convence. Prefieren contar su versión.
Llevaban vidas paralelas, dice Money. Él en Nueva York y su socio en Ciudad Bolívar. Cejaz llegó del campo al sur de Bogotá, con su mamá y siete hermanos. Money salió de Bogotá con su familia a los cinco años rumbo a Nueva York. “Para seguir comiendo mierda acá, pues mejor comíamos mierda allá”, dice.
Ambos son hijos de madres solteras. Uno se envolvió temprano en las drogas, fue ladrón y padre a los 13 años, viviendo en “barrios de putas, ladrones y sapos” en Bogotá, como dice una de sus canciones. El otro estuvo a la deriva afuera. “Caí como víctima de la calle. Viví la pesadilla americana”. Estuvo 19 años en Estados Unidos, los últimos en la cárcel. Volvió a Bogotá porque lo deportaron. “Es mi destino: no volver al punto donde estaba”, cantan en Las tetas d. Eso es algo de la historia que hubo antes de que Cejaz y Money se conocieran y estuvieran en Fondo Blanco, el paso previo de la Crack.
Prefieren no hablar de sus pasados, que ya son bastante conocidos, dicen. Y sí, en internet hay decenas de publicaciones sobre lo que fueron, que tambalean entre el mito y lo que realmente son este par de raperos. Y en sus canciones se descubren detalles de sus vidas, que se pueden condensar en una palabra: calle. “Seguimos siendo gente de barrio. Mis amigos son chinos que se la rebuscan”, dice Cejaz. Ahora sienten que han madurado, que son otros tiempos. “Nuestra música es un reflejo de la ciudad, de nosotros. Habla de estar enamorados, de nuestros hijos, del agua, del aire, de vida”.
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